De una personalidad conflictiva y revolucionaria, Courbet plasma aquí el erotismo y la lujuria en su más alta expresión, a través de una mujer que se está ofreciendo al espectador.
Desnuda, en una actitud muy sexual, está jugando coquetamente con un loro. Ni su posición corporal, ni su piel extremadamente blanca, que al espectador le sugiere un tacto suave, ni su cabello, enredado y dispuesto sobre el cojín, resultaban comunes en aquella época, y chocó con los cánones oficiales de la pintura.
Por esta razón la tela fue severamente atacada por los críticos del Salón de 1866, los cuales encontraron en ella una increíble “falta de gusto”, así como también comentaron que la posición de la modelo resultaba de una tosquedad evidente, pero si nos fijamos, a lo largo de la historia han sido múltiples los artistas que han realizado grandes escorzos en los personajes de sus lienzos usando para ello los conocimientos de perspectiva.
El pelo fue definido como “desaseado”, lo cual nos da a entender que la crítica encontraba esta obra extremadamente provocativa e indecorosa.
Este lienzo gustó mucho a los artistas más innovadores, tales como Cézanne o Manet. El primero llevaba una fotografía del cuadro en su cartera. El segundo realizó su propia versión del lienzo en el mismo año de 1866. En esta obra Courbet llevó el realismo a su máxima expresión.
La cara sonriente que enseña los dientes era considerada por la tradición como provocativa e indigna de una dama. También se consideraba que el cabello suelto y largo era un atributo propio de las prostitutas.
El realismo que utiliza en sus obras, se convierte en modelo de expresión para muchos pintores. Fue un pintor novedoso con sus desnudos, mostrando incluso el vello púbico, que en los desnudos academicistas se omitía.
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